La lectura del artículo “La actitud del tutor/a ante las dificultades de aprendizaje” hace recordar lo importante y fundamental que resulta la motivación para cualquier tarea.
Si bien estoy de acuerdo con el autor en el enfoque que presenta, también es cierto que este puede ser ampliado al ámbito familiar. La identidad de una persona se conforma por aquello que uno mismo ve de si mismo y lo que los demás proyectan sobre él. Por ejemplo, el niño que tiene problemas para progresar adecuadamente en el colegio y los padres que le repiten constantemente que no sirve para estudiar, que es demasiado vago, que así no llegará a nada, etc, etc. En este caso, quizás el problema únicamente sea de una falta de hábito de estudio, sin embargo el niño hace suya la idea de que es una persona vaga y que lo suyo no es estudiar. En definitiva, convierte algo que puede aprenderse/adquirirse en algo innato a su persona.
Sin embargo, si ante esas mismas dificultades intentásemos proyectar una imagen más positivas facilitándole pautas y consejos, pero sobretodo teniendo dedicación y tiempo para él (p.ej. sentarnos a estudiar con él). Es posible que los resultados fuesen mucho más satisfactorios para ambas partes.
Este enfoque no tiene porque ser exclusivo del periodo escolar y podríamos extrapolarlo a muchas otras situaciones, como por ejemplo el trabajo, donde la capacidad de liderazgo de nuestros superiores y la transmisión de motivación resulta imprescindible.